LOS “DOCE PRINCIPIOS DE MANHATTAN”
Cuatro organizaciones internacionales: la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en colaboración con el Banco Mundial y la Coordinación del Sistema de las Naciones Unidas para la Gripe (UNSIC) publicaron en 2008 un documento estratégico titulado “Contributing to One World, One Health; a strategic Framework for Reducing Risks of Infectious Diseases at the Animal-Human-Ecosystems Interface“
Su publicación fue resultado de una reunión celebrada en Manhattan (Nueva York, Estados Unidos de América) en septiembre de 2004, en la que especialistas en distintas disciplinas procedentes de todo el mundo, deliberaron sobre los problemas que plantea la circulación de enfermedades entre los seres humanos, las especies domésticas y la fauna silvestre.
Sus conclusiones se concretaron en los “Doce principios de Manhattan” en los que ha de fundamentarse un método holístico para prevenir las enfermedades epidémicas y epizoóticas que respete la integridad de los ecosistemas, en beneficio de los seres humanos, los animales domésticos y la biodiversidad del mundo entero.
En el documento, que se basa en los principios de Manhattan, se establece la estrecha interdependencia entre la salud pública, la sanidad animal y el estado de los ecosistemas. La estrategia supone la colaboración a escala internacional de distintos sectores y disciplinas en materia de vigilancia epidemiológica, control y prevención de las enfermedades emergentes, reducción de sus consecuencias y preservación del medio ambiente, en particular mediante la aplicación de las normas de la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE).
También se insiste en la necesidad de perfeccionar las medidas de bioseguridad para mejorar la prevención de la aparición y propagación de enfermedades infecciosas. Lamentablemente, las medidas de bioseguridad varían en función de la situación económica y sanitaria de las distintas comunidades y de los sistemas agropecuarios utilizados.
Con frecuencia, las comunidades humanas más pobres carecen de los recursos necesarios para acceder a los servicios de salud pública y de atención veterinaria. La mala calidad de las condiciones sanitarias y de la gestión favorecen el endemismo de numerosos agentes infecciosos.
En la estrategia también se considera que la prevención del bioterrorismo (o del agroterrorismo) es un bien público mundial; por consiguiente, la vigilancia de las enfermedades debe contemplar todas las fuentes potenciales de infecciones emergentes, ya sean de origen natural o deliberado.
Las componentes clave de los programas de prevención de enfermedades animales y humanas son las siguientes:
- Una infraestructura adecuada y un verdadero sistema de asesoramiento técnico, tanto a escala nacional, como local y en las vías de acceso
- Un sistema de vigilancia capaz de reaccionar con la rapidez necesaria para proteger las poblaciones animales y humanas
- Una preparación y unos planes de actuación de avanzada
- La capacidad de comunicar el nivel de riesgo
- La capacidad de aplicar los acuerdos y normas internacionales
- La evaluación y mejora permanentes de las disposiciones de bioseguridad
- Una gestión y una reglamentación conformes a las normas internacionales
- Una infraestructura laboratorial adecuada y duradera, cuya garantía de calidad se someta a auditoría externa
- Un sistema de control y evaluación de los servicios de sanidad animal y salud pública
- Un marco reglamentario que incluya incitaciones a la cooperación con el sector privado
- Un protocolo de comunicación entre los sistema de vigilancia de las enfermedades animales y humanas.